Repercusiones
Diario "La Capital" de Rosario (21-05-2009)
En la ciudad de Santa Fe se proyectan y ejecutan acontecimientos de gran porte pasional. Los capitalinos parecen tener la facultad exclusiva para desplegar sucesos nacionales que tendrán después repercusiones en el extranjero. Como el que brindó anoche la selección que comanda Diego Maradona, quien testeó a los protagonistas locales ante Panamá. Y en julio próximo se vestirá nuevamente de callejera para cobijar la 7ª fecha del TC 2000 con todo su glamour.
En cambio, Rosario, la misma que crece desde su gente y se promociona desde sus elitistas torres de cemento sobre el espejo del Paraná, sigue vedada para la organización de grandes hechos deportivos. Y suena paradójico que suceda eso, ya que los rosarinos locos por la redonda y por los fierros poseen un gran poder de movilización. Pero tendrán que conformarse con seguir mutando su fanatismo fuera de su territorio natal.
Todo fue una fiesta en esta ciudad. La visita de la selección bien lo justificaba. La que dirige el Diego de la gente. Las pobladas tribunas sabaleras era una aduana provincial. "Vinimos de Rosario. Ya que no van para allá, nosotros la seguimos hasta acá", manifestó con ironía y una gran dosis de veracidad Rubén, un comerciante de la zona norte y uno de los tantos rosarinos que se floreó ayer por el estadio Brigadier López.
Rosario es una ciudad forjada desde la pasión. Ya sea en materia futbolística como automovilística. Pero no cuenta con un espacio para anidar su rincón pasional. Tan es así que hace unos días se argumentó a modo de excusa que si la selección perdió terreno fue porque no había acuerdo entre los dirigentes de Newell's y Central. Una excusa tan grande como carente de credibilidad. Porque ya no resulta para nada extraño ver que cada vez que el TC o TC 2000, o ahora la selección, se presenta en Santa Fe capital o Rafaela, cientos de emigrantes se tornen en embajadores desahuciados por falta de consenso. Como ayer. Como siempre
El estadio mutó de color
El Brigadier López dejó de lado su tradicional atuendo rojo y negro para vestirse de celeste y blanco. La mayoría dejó de ser nativa para incursionar en la filosofía republicana por un puñado de horas. Una misma bandera envolvió a miles de almas, que no cesaron en brindarle su voto de confianza a este grupo de jugadores locales que ayer defendieron con alma y vida la casaca que llevan todos los argentinos en sus corazones. Trapos con tonos nacionales en cada rincón del estadio. Cada leyenda tenía su significado. La masa bramó cuando asomó Diego. Se jactó de tener el ADN argentino cuando los panameños salieron a reconocer el campo de juego y elevaron sus morenos brazos en señal de cortesía. La selección fue ayer de todos de verdad. Porque pasó la frontera de la General Paz después de mucho tiempo. Y el interior la hizo propia.
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